LECCIÓN 9: EL FRUTO

La lección de este día la puedes encontrar en el libro de:

Juan 10:1-29

Si no tienes tu Biblia a la mano te dejamos la historia por aquí.
¡Pon mucha atención a la lección de hoy!


El Señor Jesús contó una parábola y decía lo siguiente: 

Ciertamente les aseguro que el que no entra por la puerta al redil de las ovejas, sino que trepa y se mete por otro lado, es un ladrón y un bandido. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El portero le abre la puerta, y las ovejas oyen su voz. Llama por nombre a las ovejas y las saca del redil. Cuando ya ha sacado a todas las que son suyas, va delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque reconocen su voz. Pero a un desconocido jamás lo siguen; más bien, huyen de él porque no reconocen voces extrañas. El Señor Jesús les puso este ejemplo, pero ellos no captaron el sentido de sus palabras. 






Por eso volvió a decirles: Ciertamente les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí eran unos ladrones y unos bandidos, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entre por esta puerta, que soy yo, será salvo. Se moverá con entera libertad y hallará pastos. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia. 



Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado no es el pastor, y a él no le pertenecen las ovejas. Cuando ve que el lobo se acerca, abandona las ovejas y huye; entonces el lobo ataca al rebaño y lo dispersa. Y ese hombre huye porque, siendo asalariado, no le importan las ovejas. 



Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él, y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil, y también a ellas debo traerlas. Así ellas escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor. Por eso me ama el Padre: porque entrego mi vida para volver a recibirla. Nadie me la arrebata, sino que yo la entrego por mi propia voluntad. Tengo autoridad para entregarla, y tengo también autoridad para volver a recibirla. Este es el mandamiento que recibí de mi Padre. 

De nuevo las palabras de Jesús fueron motivo de disensión entre los judíos. Muchos de ellos decían: Está endemoniado y loco de remate. ¿Para qué hacerle caso? Pero otros opinaban: Estas palabras no son de un endemoniado. ¿Puede acaso un demonio abrirles los ojos a los ciegos? 

Por esos días se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús andaba en el templo, por el pórtico de Salomón. Entonces lo rodearon los judíos y le preguntaron: ¿Hasta cuándo vas a tenernos en suspenso? Si tú eres el Cristo, dínoslo con franqueza. 

Él contestó: Ya se lo he dicho a ustedes, y no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que me acreditan, pero ustedes no creen porque no son de mi rebaño. Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar. 

Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos.


El Señor Jesús cuenta una parábola en la cual hay una alegoría, esto quiere decir que podemos encontrar un significado a lo que el Señor decía. Las ovejas estaban expuestas a ataques de ladrones y lobos, por eso es que el pastor debía cuidar de ellas velando y estando listo para la lucha cuerpo a cuerpo con el enemigo, esto es, poniendo la vida por las ovejas. Por eso el pastor dormía a la puerta del redil. 

Nosotros somos las ovejas, Él, es el pastor y nos cuida. Debemos aprender a escuchar su voz y reconocerlo pues debemos reflejar fruto, fruto de la aflicción de su alma porque el murió en la cruz por todos nosotros.

No hay fruto si no se ha sufrido aflicción. La satisfacción del Señor es, en parte, por el fruto, pero de manera más hermosa porque ha derramado su amor en nosotros. Qué hermoso que la satisfacción del Señor es darse a conocer a nosotros, justificarnos por la fe, y llevar nuestras cargas. ¡Somos su gozo!

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